Mi
experiencia de profesor me enseñó que, en la mayoría de los casos, lo peor y
más débil en la escritura de un estudiante era aquello que verdaderamente
ocurrió. No quiero decir que la ficción no pueda tener cierto basamento
autobiográfico. De hecho, mis libros lo tienen. Lo que quiero decir es que hay
que tener en claro que uno está usando algo que le ocurrió para transformarlo
en otra cosa, en ficción. El arte debe ser esencialmente selectivo, y la
memoria no lo es cuando, especialmente se trata de invocar eventos traumáticos
o trascendentales de nuestras vidas. Yo sugiero que si uno ha tenido un
accidente de auto lo convierta en un accidente de avión o tren para así asumir
la responsabilidad de inventar algo nuevo a partir de lo ocurrido. Lo verídico
de lo que me pudo haber ocurrido no tiene ninguna importancia en lo que hace a
lo estrictamente narrativo. Creo que la mayoría de la ficción estrictamente
autobiográfica está bajo el yugo de lo mucho que significan para nosotros
nuestras desgracias. En nuestra narrativa, la infelicidad es un rasgo de
indulgencia. Lo que no quiere decir que no deban utilizarse las sensaciones
viscerales, táctiles y físicas más cercanas a la propia experiencia. Todos los
buenos escritores las utilizan. No hay que sentirse obligado a decir la verdad,
toda la verdad y nada más que la verdad, porque, bueno, uno escribe ficción
después de todo.
Del Decálogo de mandamientos irrenunciables, 9º
mandamiento
—compilado por
Rodrigo Fresán—.