lunes, 30 de abril de 2012

Bucle



TOC, TOC, TOC.
Miro la hora: las tres de la mañana. Trato de hacer oídos sordos pero los golpes a la puerta no cesan. Al abrir, un tipo —presumiblemente un mago—, me dice que se le ha escapado el conejo de la chistera y me pregunta si no lo he visto. Le cierro la puerta en las narices y vuelvo como un zombi a la cama.
Toc, toc, toc.
Esta vez, un conejo algo ebrio me dice que se le ha perdido el mago.
―Bajito, de grandes mostachos y a punto de jubilar el peine ―balbucea.
Le estampo la puerta y regreso a acostarme.
Toc, toc, toc.
Con un palo de hockey en mi diestra, atiendo, pero en esta ocasión no descubro a nadie tras los golpes. De vuelta al dormitorio, el mago y el conejo me observan desde la cama.
―¡Este fue el tipo que me cerró la puerta en las narices! ―gritan al unísono.
Entonces el mago se quita la chistera y se la extiende al conejo, quien saca de la misma un revólver, me apunta y dispara.
Con el corazón a galope, me palpo todo el cuerpo... Tras un suspiro interminable, me hago un sitio entre ambos y procuro conciliar el sueño.
Toc, toc, toc.
Miro la hora: las tres de la mañana.


 .

viernes, 27 de abril de 2012

Decálogo del buen microficcionista, de Raúl Brasca



1) No te ajustes a definición alguna, la microficción no ha sido aun domesticada, pero lee mucho y bueno para vislumbrar de qué se trata.
2) Dispones sólo de dos materiales: las palabras y el silencio, y debes lograr que ambos sean igualmente significativos.
3) Esfuérzate por escribir con la menor cantidad de palabras y la mayor cantidad de silencio, pero asegúrate de que tu microficción contiene las claves imprescindibles para ser comprendida. Si has logrado eso, detente: considera al lector tan inteligente como tú.
4) Cuida la calidad de tus palabras, la arquitectura y la música de tu microficción. Mucho más que la novela y el cuento, y casi tanto como el poema, la microficción alcanza su potencia por medio de la forma.
5) Cuida la calidad de tu silencio, si es elemental y falto de sustancia, tu microficción será una pieza menor que decepcionará a los buenos lectores.
6) Si has cumplido con los puntos anteriores, despreocúpate del final pero preocúpate por la última línea. El final es el sentido y lo produce el lector, pero tú última línea debe habilitarlo para que lo haga.
7) Si tu microficción contiene una historia, cuídate del resumen. Ninguna buena microficción es el esquema de una historia, ni siquiera lo esencial de ella. Un detalle objetivamente trivial pero cargado de significado por el autor, dice más y mejor que la prolija enumeración de los hechos.
8) Si tu microficción es humorística, cuídate de la simpleza del chiste. El silencio del chiste es elemental: se agota en permitir el equívoco y tiene como única finalidad esconder un sentido de efecto risible. El silencio de la microficción humorística no tiene por qué ser menos sustancioso y complejo que el de las que no lo son.
9) Confía en tu impulso creador. Todas las microficciones hijas de un mismo impulso creador, por heterogéneas que parezcan, pertenecerán a una misma familia. No dejes que te las impugnen, porque en la variedad está su riqueza.
10) Desconfía de los sabihondos que escriben decálogos. En general, los decálogos sirven solamente para publicitar la poética de quienes los escribieron.
Raúl Brasca
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domingo, 22 de abril de 2012

Sabiduría temprana



LOS NIÑOS todas las tardes iban a jugar al fútbol junto a la casa de doña Adelaida. No les preocupaban los rumores sobre que la vieja era una bruja, sino todo lo contrario: estaban contentos de que cada vez que tiraban la pelota, las ventanas hechizadas la esquivasen.

lunes, 16 de abril de 2012

Sobre la Brevedad



Pero tampoco hay que fiarse mucho de la Brevedad. Contra la brevedad convendría recordar que, en una guerra, un soldado encontró en la mochila de un cadáver dos libros, a saber: Viaje al centro de la fábula, de Augusto Moterroso y El conde de Montecristo. Como llevarse los dos le pareció ya rapiña, y por no agravar la soledad del muerto, decidió apoderarse sólo de uno. Tras muchas dudas, y por ir más ligero de equipaje, eligió el de Monterroso. Lo acomodó bajo la guerrera y, andando que te andarás, continuó su camino.  Y he aquí que, más allá, siente un golpe en el pecho. Da un traspié, suspira, se desploma: una bala perdida lo ha acertado de lleno. En el último instante saca el libro y observa que la bala lo ha atravesado limpiamente desde el copyright hasta el código de barras, y que además le ha llegado hasta el centro mismo del corazón. Viaje al centro del corazón, es el sarcasmo que se le ocurre antes de morir, y aún alcanza a pensar que si hubiese elegido el de Dumas, a estas horas estaría vivo, y que su mala suerte se debe exclusivamente a la excesiva concisión del autor.
He aquí uno de los peligros de la brevedad.
Claro que, de haber tenido tiempo para más sarcasmo, también la víctima podría haber pensado que quizá casi todas las novelas extensas son en el fondo breves, e incluso brevísimas, por la sencilla razón de que casi nadie las lee. Allí donde las balas se equivocan, la sociología no yerra: si uno compra una novela de quinientas páginas y lee sólo treinta, para ese lector la novela constará exactamente de treinta páginas. Lo que ocurre es que, para muchos, los libros voluminosos ofrecen al menos dos ventajas: una, que al ser caros, el prestigio y el placer del consumo son también mayores; y otra, que al ser muy extensos, el comprador compra de paso una coartada para no leerlos. Pero con los libros breves no hay escapatoria. Quien adquiere un libro breve contrae de rebote el engorro de tener que leerlo
A mí, particularmente, hay muchos libros breves que me ha engañado muchas veces, y así, por ejemplo, hubo un tiempo en que lograron convencerme de que tenían sólo por ejemplo cien páginas. A la cuarta vez que lo leí, me di cuenta, sin embargo, de que encubrían cuatrocientas, y como todavía no he acabado de releerlos, resulta que el autor me ha vendido como prosa breve lo que en realidad es un libro poco menos que interminable.
Luis Landero
De Entre Líneas: El cuento o la Vida
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viernes, 6 de abril de 2012

Vísperas de San Valentín

—¡ESOS zapatos son preciosos! —dijo mi novia apretándome el brazo.
—Poca cosa para tus espléndidos pies —respondí.   
—¿Si mis pies son tan bellos por qué nunca antes me lo dijiste?
—Ya sabés que no soy muy dado a los piropos —alegué mientras una alarma se disparaba en mi interior.
Pensativa, se apartó de mí.
—La verdad es que son mis pies los que te parecen poquita cosa para esos zapatos.
—¡Yo no dije eso! —protesté.
—Si sos un caballero, obrarás en consecuencia.  —Dio media vuelta y me dejó con los labios vacíos.
Al día siguiente aparecí en su casa con los benditos zapatos. Tras cubrirme de besos, la invité a tomar unos helados y a lucirlos por el centro.
—Sos toda una dama en tu leve andar —dije al rato. Ella sonrió pese al dolor que para entonces los clavitos, estratégicamente añadidos al calzado, le estarían provocando.


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